jueves, 21 de octubre de 2010

EL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DE JESÚS Y EN LA NUESTRA

Texto: Lucas 1:35

“El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el Poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso tu hijo será Santo y con razón lo llamarán Hijo de Dios” (Lc 1:35).

Introducción: Hoy vamos a hablar del Espíritu Santo en la vida y ministerio de Jesús y su efecto en la nuestra.

Lo que entendemos de la Biblia –en relación con este tema tan importante para nosotros- es que El Padre comunica el Espíritu al Hijo en el bautismo en el Jordán. Dice que cuando Jesús sale del agua, “los cielos se rasgaron para él, y vio al Espíritu Santo que bajaba sobre él en forma de paloma” (Mc 1: 10).
¿Qué hace el Espíritu en esa oportunidad Pr. Flores?

Desciende, se posa en Jesús y queda con él el resto de su vida.

Y acá hay una tremenda enseñanza para nosotros: El Espíritu Santo nos comunica la vida divina.
Todo viene de Dios. El Espíritu Santo es la vida de Dios en nosotros.
Cuando dice que el Espíritu baja en forma de paloma ¿qué quiere decir?, que lo importante no es la paloma, sino “el nido” que lo recibe.
Cuando se lee en el Evangelio que «la paloma baja sobre Jesús» se está diciendo que Jesús es el lugar donde anida el Espíritu, el lugar donde habita el Espíritu, y que habita de una manera permanente.

Después de la gloria del bautismo. “El Espíritu empuja a Jesús al desierto” (Mc 1:12).
¡Me gusta eso! ¡Tiene cada ocurrencia el Espíritu! Como el viento, lo suyo es empujar, mover; y a veces al punto de desconcertarnos.

Significa que el Espíritu no se detiene. La vida en el Espíritu no “es estación”, sino camino, itinerario que ha de inventarse día a día.

Un creyente que se coloca “al resguardo”, no es alguien que se pone bajo Su guía. Es –más bien- alguien que se “ha escapado” a la fuerza del Espíritu, que se ha sustraído a su “soplo”.
Escapar del desierto es un símbolo de indocilidad al Espíritu.

Y fijémonos en Lucas que retoma la narrativa después de las tentaciones del desierto.
Y entonces tiene lugar una de las escenas más significativas del Evangelio y que nos manifiesta la toma de conciencia de Jesús de su propia misión, su unidad con el Espíritu (Lucas 4:14-22)
“Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu, y su fama corrió por toda la región. Enseñaba en las sinagogas de los judíos, y todos lo alababan. Llegó a Nazaret, donde se había criado, y, según acostumbraba, fue el sábado a la sinagoga. Cuando se levantó para hacer la lectura, le pasaron el libro del profeta Isaías; desenrolló el libro y halló el pasaje en que se lee: ´El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para traer la buena nueva a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista, para liberar a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor´. Jesús, entonces, enrolló el libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Y todos los presentes tenían los ojos fijos en él. Y empezó a decirles: “Hoy se cumplen estas profecías que acabáis de escuchar”. Todos lo aprobaban, muy admirados de esta proclamación de la gracia de Dios”.

El Espíritu reviste a Jesús de Su fuerza para cumplir la misión. Aleluya. Este es un ejemplo deslumbrante de la obra del Espíritu en Jesús: la sabiduría, que deja atónitos a sus conciudadanos cuando escuchan de sus labios, la proclamación inspirada de las Escrituras; la autoridad con que afirma que la profecía hecha por Isaías hace casi mil años se está cumpliendo ante los ojos de ellos.

Con esa actitud personal por una parte, deja obrar al Espíritu Santo en sí y, a través suyo, el plan de salvación del Padre.

Y, por otra parte, al mismo tiempo nos muestra con Su ejemplo lo que el Espíritu Santo, guardadas todas las distancias, está dispuesto a hacer en nosotros como soberanamente hacía en él.

Pero hay algo más que nos quiere decir la Palabra.
Si el Espíritu guió, inspiró y dio fuerzas a Jesús en su predicación y en su vida, también lo hizo de manera especial en su pasión y muerte.
Me gusta la Carta a los Hebreos porque lo dice con significativa claridad: “Cristo, movido por el Espíritu eterno, se ofreció a Dios como víctima sin mancha; su sangre purifica nuestra conciencia de obras muertas, para que, en adelante, sirvamos al Dios vivo” (Heb 10:14).
Si el Espíritu estaba con Jesús en su pasión, con más gloria y poderío lo estuvo aún en su resurrección.
Es Pablo el que nos presenta la resurrección de Jesús como obra suprema del Espíritu.
Dice al comienzo de su carta a la iglesia de Roma: (Rom 1:2-4) “Esta Buena Nueva, anunciada de antemano por sus profetas en las Santas Escrituras, se refiere a su Hijo, que nació de la descendencia de David, según la carne, y que, al resucitar de entre los muertos, fue constituido Hijo de Dios con poder, por obra del Espíritu Santo”.


Conclusión:
El Espíritu estuvo al principio de la vida de Cristo en la Encarnación (Lc 1: 35). Lo acompañó durante su vida, en la misión (Lc 3: 21; 4, 16; 10:21). Y estuvo con él hasta el final de su vida, en la muerte y resurrección (Heb 9:14 y Hchs 2:33)
Tomémonos de esta enseñanza y asumamos la paternidad del Espíritu sobre nuestras vidas.
El se ofrece como “Paracleto”, como nuestro ayudador para toda la vida. Aceptemos de buena gana su propuesta. Rindámonos a Su obrar. Jesús dijo: “Sin mí nada podéis hacer” . Pero las Escrituras también dicen que: “Todo lo podemos en Cristo que nos fortalece”.
Dejemos de “caminar en nuestras fuerzas” que no es otra cosa que estar detenidos en la “estación de la vida” y dejemos que Él en esta mañana “nos sople” empujándonos a una vida de logros y realizaciones.


Oremos amados:

Que el Señor nos bendiga y tengamos una semana de oportunidades.
Rev. Raúl Flores
Mensaje predicado en Comunidad Nueva Vida de Buenos Aires.

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