sábado, 16 de octubre de 2010

QUITANDO EL CORAZÓN DE PIEDRA

Texto: Prov. 21:2

INTRODUCCIÓN:
“El Señor pesa los corazones”. Las pesas del Señor son fieles y exactas. Dios no puede ser engañado en ningún momento. Todos los propósitos, pensamientos, palabras y acciones de los hombres están puestos sobre la balanza desde el primer momento de su existencia.

Es triste decirlo amados pero muchos somos cumplidores de “ritos religiosos” sin habernos convertido de verdad. Y así, de esa manera, nos ganamos la queja de Dios: “Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí” (Is 29:13; Mc 7:6)

Y ¿que cosa es el Corazón de Piedra Pr. Flores? Es un corazón duro, egoísta.
Jeremías dijo: “nada hay tan engañoso y perverso como el corazón humano, ¿quién podrá comprenderlo?” (17:9).
Es que en realidad amados, la raíz del pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad.
Según la enseñanza del Señor: “De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre” (Mt 15:19-20).

Ahora bien, hay variedad de pecados. La Escritura contiene varias listas. “Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, ira, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales les prevengo como ya les previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios” (Gál 5:19-21; Rom 1:28-32; 1 Cor 6:9-10; Ef 5: 3-5; Col 3:5-8; 1 Tim 1: 9-10; 2 Tim 3:2-5).

Ahora bien escuchen con atención: En el tema del pecado hay dos errores o extremos:

En primer lugar, hemos perdido el sentido del pecado. Como si se tratase de la cosa más inocente del mundo. Se habla del pecado, incluso de los más graves, en diminutivo: “pecaditos”, “pequeños vicios”. Si mentimos decimos que es una “mentira piadosa”.
Vivimos sin dudas en una cultura minimalista. Es que para ser honestos, en el hoy de nuestra historia hay un adormecimiento de las conciencias, una especie de anestesia espiritual; estamos todos más o menos anestesiados. Ya nadie tiene miedo a hacer cosas que rompa su relación con Dios. Se nos olvidó que el pecado destruye. Nos hemos acostumbrado al pecado y allí está el problema.

En segundo lugar es el concepto de la CULPA. Es el extremo de la gente escrupulosa.
Arrastramos culpas “siendo duros” con nosotros mismos. Otros predican para generarle culpas a la gente “Sos muy malvado” De esa manera se tiene la impresión que a más culpa menos pecado y eso de ninguna manera es así.

Está claro que la culpa daña al hombre. ¿Recuerdan a Pedro y Judas? ¿Los dos fueron culpables o no? Claro que si, pero se diferencian en que Judas no pudo con el peso de la culpa y Pedro volvió a buscar al Señor.

¿Se acuerdan de David? en 2 Samuel capitulo 11. David, tiene una sucesión de pecados: Lujuria, adulterio, mentira, asesinato, perjurio.

¿Qué deberíamos hacer entonces Pr. Flores?

LO PRIMERO: RECONOCER EL PECADO. Este paso es bien fundamental: “Si decimos “que no tenemos pecado”, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” ( 1 Jn 1:8-9).

Miremos a David. Lo primero que intenta y hace es cubrir su pecado. Quiere tapar su pecado, mandando a Urias a acostarse con su mujer.

Tres cosas que el pecado hace siempre: Te llevará más lejos que querías ir. Un pecado lleva a otro, el asunto va aumentándose.
Nunca pensamos ir tan lejos.
Te retendrá más tiempo del que querías quedarte.
Te costará más de lo que querías pagar.

Y para reconocer el pecado necesitamos humildad.
Interesante es notar que la Palabra Humildad tiene su raíz en el término “Humus” que en Latín significa “tierra”, por lo tanto, cuando queremos mirar al verdadero sentido del término ya no es el significado que la mayoría de nosotros le atribuye, es decir, refiriéndose a una persona apocada, callada, sino que se refiere a una persona con mucha conciencia de si mismo, “que tiene los pies en la tierra” para poder conocerse mejor y así conocer a los demás.

Esto significa que es muy importante asumir que uno es lo que es y no lo que quisiera ser. Asumir la propia persona: Reconocer mis limitaciones, aceptar que me equivoco, ser tolerantes con los demás.


LO SEGUNDO ES ARREPENTIRSE. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que al oír aquella terrible acusación de Pedro, “Vosotros habéis crucificado a Jesús de Nazareth”, los presentes se sintieron con el corazón traspasado y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: “¿Qué tenemos que hacer?” Pedro les contestó: “Arrepentíos”. (Hch 2: 36-38)
El segundo paso, por lo tanto, hermanos, es arrepentirse del pecado.
El arrepentimiento es la primera palabra del mensaje del Evangelio Mc 1:1;14-15.
Fue el tema principal del primer sermón de nuestro Señor, y su último. Lc 24: 47

Ahora bien amados, que no nos confundan. Lo que no es arrepentimiento:

Los políticos no se arrepienten, se justifican. Las actrices, los cantantes se “re – inventan”
La incredulidad, el desaliento o el desespero no ayudan al arrepentimiento, antes tienden a endurecer el corazón.
A veces tenemos una idea triste del arrepentimiento, como si fuera principalmente causa de depresión, o de bajar la autoestima.

Por el contrario el arrepentimiento surge de una conciencia. De un extrañamiento: ¿Dónde estás? Es la pregunta que le hizo Dios a Adán. ¿Dónde estoy? fue la pregunta del Hijo Pródigo. Es tener conciencia de que fui creado y soy llamado a cosas mejores, a cosas más bellas, a cosas más limpias, a cosas más santas.

El arrepentimiento no es un movimiento hacia abajo, eso sería más bien desesperación, el arrepentimiento es un movimiento hacia arriba, eso se llama conversión. No somos llamados a la desesperación, somos llamados a la conversión.

El temor del infierno, y un sentimiento de la ira de Dios, tampoco causa arrepentimiento. Un poco de esto puede acompa–ar el arrepentimiento, pero no es arrepentimiento de verdad.

Lo que sí es arrepentimiento:

Es la oportunidad que le damos a Dios y que nos damos también a nosotros para que Dios obre.

Es la capacidad de reconocer la propia responsabilidad. Para arrepentirse hay que aceptar la realidad, la verdad del pecado.

Pero la verdad del pecado, es la mitad de la verdad, la otra verdad es que existe el perdón. Que existe la Gracia. Que existe el poder recreador de Dios. Dios es capaz de construir. El arrepentimiento es obrado en el corazón por el sentimiento del amor Divino.

“Por qué menospreciaste al Señor” Le dice Natán a David. Muchas veces nos quedamos en la dimensión horizontal del pecado. Natán el profeta hace ver que la cosa es muy distinta. Hay una gravedad mayor. No apreciar lo que Dios ha hecho por ti.

El arrepentirse es una luz, una ayuda. En el caso del pecado de David, hubo un toque en la puerta del palacio… Fue una visita que David jamás olvidaría. Dios es fantástico en ajustar cuentas. El profeta Natán no fue a visitar a David por su propia cuenta, sino que fue enviado por Dios. “Entonces el Señor envió a David (2 Sam 12:1) Dios esperó hasta que llegó el momento perfecto.
El tiempo de Dios es increíble. ¿Cuando Fue enviado Natán? ¿Inmediatamente después del acto de adulterio? No. ¿Inmediatamente después que Betsabe dijo: “Estoy embarazada? No. ¿Inmediatamente después que asesinó a Urías? No. Inmediatamente después que se casó con la esposa embarazada de Urías? No. ¿Inmediatamente después del nacimiento del niño? No.

Dios no sólo sabía cuál era el momento perfecto, sino que escogió la persona perfecta. Natán era un hombre que gozaba del respeto de David.

Amados, podemos aprender una gran lección ante las palabras de Natán a David: El reconocimiento sincero y franco de nuestro pecado.

David dijo: “He pecado… no he escondido mi pecado. Contra ti, contra ti sólo he pecado”
“He pecado contra el Señor”: Es una confesión que surge del dolor que no es otra cosa que romper definitivamente con el pecado..

Pablo dice: “¿Qué diremos, pues? ¿Debemos permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique? ¡De ningún modo! Los que hemos muerto al pecado ¿cómo seguir viviendo en él?” Tened esto presente: nuestro hombre viejo ha sido crucificado para que fuera destruido el cuerpo del pecado y ya no sirvamos al pecado. “Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”. “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal”. (Rom 6:1-2; 6:11-12).
Este paso consiste, en decir ¡basta! al pecado. Esta es la fase de la decisión.


LO CUARTO: CONSISTE EN DESTRUIR EL CUERPO DEL PECADO CON EL PERDÓN.
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). El hombre puede cometer pecado, pero no puede destruirlo. Sólo Dios puede perdonar los pecados.
En el momento en que confesamos nuestros pecados, Dios es fiel para perdonarlos.
“De ti Dios nuestro, es propio el ser compasivo y perdonar al que se rebela contra ti”. (Dn 9:9)

DIOS te perdona. Es un nuevo comienzo.
Nosotros rápidamente perdemos la paciencia cuando nos ofenden, pero no es así con Dios. «Tú has perdonado a este pueblo desde su salida de Egipto hasta ahora» (Núm. 14:19).
No hay lugar para el desaliento: Si el Señor perdonara los pecados raramente y de vez en cuando, valdría la pena buscar su favor como y donde fuera, aun a riesgo de no conseguirlo; pero Aleluya, ahora podemos volvernos a El con una segura y cierta esperanza de perdón.
El rey “se conmueve”. (El primer verbo pertenece al vocabulario de la “misericordia”, el mismo verbo que describe la reacción del buen samaritano frente al herido, en Lc 10,33; o la del papá misericordioso frente al hijo pródigo, en Lc 15,20). El rey se deja tocar el corazón por la necesidad y súplica del pobre, y le “perdona” la deuda completamente, no a plazos. EL PERDÓN ES TOTAL. La inmensidad de su corazón ha sobrepasado aquella gran deuda. El amor fue mucho más allá de lo pedido. No piensa en la gran suma de dinero que tiene el peligro de perder. Ofreció –inmerecidamente- un perdón generoso frente una deuda impagable.

Debemos perdonar cuando aún nos adeudan, no porque hayan cancelado la deuda. “Yo sanaré su infidelidad, los amaré sin que lo merezcan”. (Os 14: 5)

El Rey -Dios- supera todo lo que aquél hombre esperaba. El amor y perdón excede de lo que podemos pensar. Lo más significativo del perdón no es la remisión de una pena merecida, sino el hecho de que el amor de quien perdona se ve más claramente como inmerecido. Así lo reconoce Pablo: “Apenas hay quien muera por un hombre honrado y, sin embargo, Cristo murió por los impíos” (Rom 5:7).

Dios nos ama por encima de nuestro pecado. Dios siempre perdona, pues aunque nuestros pecados parezcan algo tremendo, ante su gran amor no pasan de ser una insignificancia. Podemos, pues, contar siempre con ese perdón.
Literalmente El perdona y olvida. “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Isaías 43:25). Dios jamás trae a la memoria un pecado que ha sido confesado y perdonado.

Los recuerdos y los sentimientos de culpa que acosan al creyente provienen del enemigo y principal opositor, Satanás, no de Dios.
Dios a través del perdón sana. La mujer adultera de (Jn 8) Dice que a la mujer la encontraron en el acto, ¿te imaginas la vergüenza de esa mujer?, la llevan donde está Jesús, no fue un chisme. Y ¿cuál fue la actitud de Jesús con ella?. “Vete y no peques más”. Su Palabra es sanadora, esa es una palabra de sanidad. No es una exhortación, la sano a través del perdón que le dió. “Replicó el centurión: Señor yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya bastará para sanarle”: (Mt 8:8)
CONCLUSIÓN:
Necesitamos conversión del corazón.
Es el Señor Dios mismo quien nos ha prometido: “Yo cambiaré su corazón de piedra en un corazón de carne” (Ez 36:26). No olvidemos amados que la conversión perfecta, o lo es de corazón o no lo es.
El llamado del Señor es a la conversión profunda y sincera, y este llamado nos lo hace de varias maneras:
Rasguen sus corazones y no las ropas (Joel 2: 13)
Arrepiéntanse de corazón. Circunciden el corazón (Jer 4:4; Dt 10:16; 30: 6)
Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias, Señor (Sal 51:18; Dan 3: 40)
Señor, crea en mí un corazón puro (Sal 50:7)
Dios salva a los de corazón sincero (Sal 7: 10)
Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios (Mt 5)
Señor, queremos seguirte de todo corazón (Dan 3: 41). Pues el día que eso sucede lo amaremos de todo corazón, lo seguiremos de todo corazón, lo aceptaremos de todo corazón, lo anunciaremos de todo corazón… pues donde está tu tesoro allí está tu corazón (Lc 12:24)

“No se de dejen vencer por el mal, antes bien, venzan el mal con el bien” (Rom 12:21).

Rev. Raúl Flores

Mensaje predicado en Comunidad Cristiana Nueva Vida de Buenos Aires, Argentina.

1 comentario:

Pastor Ricardo Espínola dijo...

Que gran verdad!! el Señor conoce los pensamientos y conoce las intenciones de nuestro corazón. Es mi anhelo, poder encontrarme fiel hasta el final de mis días. Un saludo Pastor Raul Flores y adelante con estas excelentes enseñanzas de vida. Bendecido !!

Cruzada de renovacion y avivamiento

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Julio 2007. Río de Janeiro