sábado, 19 de febrero de 2011

EL OJO DEL ESPÍRITU

Propósito específico:

Hoy es día de recuperar nuestra identidad como hijos de Dios. Día para realinear nuestra vida y compromiso con el Evangelio de Jesús recuperando nuestro llamado que es cumplir la Misión de alcanzar al perdido con nuestras obras de fe y amor práctico.

Texto: Juan 1:29-34

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
-Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo". Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.
Y Juan dio testimonio diciendo: -He contemplado el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.
Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

Cuerpo del Mensaje

Se cuenta que una vez en una cacería, una manada de tigres fue abatida por unos cazadores y sólo se salvó un tigre cachorro.
Al día siguiente pasó por allí un rebaño de cabras y lo adoptaron. Al poco tiempo el cachorro se convirtió en una cabra, comía hierba y vivía como las cabras.

El cachorro intuía que era diferente y cuando contemplaba su imagen en el agua se veía muy distinto a las cabras.

Cierto día un tigre, maduro se acercó a las cabras que pastaban y todas huyeron despavoridas, sin embargo el cachorro de nuestra historia se quedó quieto, mirando y esperando.

De repente el tigre rugió con toda su fuerza, los ojos del pequeño se abrieron y supo quién era. No era una cabra. Era un tigre.

Corrió hacia el gran tigre, lo siguió y pasó el resto de sus días en su compañía.

Moraleja:

Algo en su interior le decía que no era cabra.
Algo en su interior le decía que no era de ese rebaño.
Algo en su interior quería brotar y revelarse en su conciencia.
Cuando oyó el rugido hermano, se despertó en él la imagen perdida y supo quién era. Descubrió su identidad.

Y nosotros estamos aquí este domingo en nuestra Iglesia para escuchar también el rugido, no del tigre pero del Espíritu Santo y re-descubrir nuestra verdadera identidad.

Cuerpo del Mensaje:

En la palabra de Dios tres personas escucharon un día el rugido del Espíritu y se sintieron llamadas a ser testigos del Espíritu Santo, presencia de Dios, señales de Dios para los hermanos de la familia humana.

Isaías quién escuchó la voz del Señor diciéndole: "Tú eres mi siervo. Yo te escogí en el seno materno. Yo te haré luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra".

Pablo, llamado por Jesús para ser Su apóstol.

Juan que dijo de Jesús: "este es el elegido de Dios".

Isaías, Pablo, Juan… y la lista sigue… tu, yo y muchos más que están allá afuera entre tus amigos, parientes, y aún desconocidos de toda lengua, raza y religión.

Porque la historia de la salvación es la historia de las “llamadas” y de las elecciones de Dios. Es la historia de las personas que se saben distintas porque Dios nos hace distintos, porque el Espíritu nos llama a vivir de una manera distinta, porque Jesús nos da una vocación distinta.

Y esta es nuestra vocación: Llamados por el Señor para ser uno con Él y vivir en Su amor. Llamados por el Espíritu para ser todos juntos un pueblo santo, alimentados con la vida de Jesús, el Elegido por excelencia.

Y una vocación, no vivida en solitario, sino en comunidad, en solidaridad con nuestros hermanos tanto los que estamos dentro de la Iglesia como los que todavía están fuera de ella.

Yo no voy a Jesús solo sino con mis hermanos.

Es más: Yo tengo que ser para mis hermanos ese “rugido” que les revela su identidad, esa sensación de ser diferentes aún no percibida.

Este es el privilegio de ser llamado por el Espíritu y esta es también la carga de la vocación, carga que sólo se puede llevar haciendo de Jesús mi primer amor.

Cuántos hijos de Dios, cuántos hermanos nuestros allá afuera viven en la “manada de este mundo”, esperando oír el rugido que les despierte a su verdadero ser y vocación.
Esperando oir: "Tú eres mi siervo, sé luz. Tú eres mi apóstol, lleva mi gracia y paz".

Qué el Espíritu Santo nos ayude en esta mañana y podamos oírle decir: “Sé como Juan que ruge… ahí va el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".

Puede que mires y no veas.

Y es que al ojo físico se le escapan muchas cosas.

Mirás una y mil veces y lo único que ves es a un Jesús judío, un hombre.
No ves el Cordero de Dios, el siervo de Dios, el pastor de Dios… el elegido de Dios.

Es que en realidad el ojo del cristiano es el Espíritu Santo.

Juan no reconoció a Jesús hasta ver y sentir la presencia del Espíritu.
"Ahora he visto y doy testimonio" dijo.

Es que para ser expertos en las cosas de Dios, necesitamos el ojo del Espíritu.

Para ver a Dios, al mundo y a los hermanos con los ojos de Jesús, necesitamos el ojo del Espíritu.

Para ver la sangre del Cordero de Dios como el fuego purificador de nuestros pecados necesitamos el ojo del Espíritu.

Para centrar nuestra vocación en Dios necesitamos el ojo del Espíritu.

Para rugir en la manada y despertar la vocación cristiana de los que están “entre nosotros” como los que están “allá afuera”, necesitamos el ojo del Espíritu.

Conclusión:

Una ciudad perdida, a unos 2.300 metros de altitud, desconocida para los conquistadores españoles, ésa es Machu Pichu, ciudad sagrada de los incas. La descubre el 24 de julio de 1911 el doctor Hiram Bingham, que va al frente de un grupo de especialistas en topografía y biología.

Sorprenden los grandes bloques de piedra, unidos unos con otros... No son lisos, sino con superficies curvas, helicoidales, que se juntan con otros exactamente iguales. Los incas emplearon la misma técnica antisísmica que los modernos arquitectos.

Y ahí está de pie con el pasar de los siglos y en un territorio propicio para el terremoto la ciudad Incaica. ¿Qué lección no?

Para el cristiano, el fundamento sólido, lo que lo mantiene en pie aunque algún terremoto le sacuda la vida espiritual, es el “saberse hijo de Dios”.

La “identidad” es un fundamento a prueba de vaivenes y movimientos sísmicos.

¿Con que ojos mirás? ¿Qué ves cuando mirás a Jesús? ¿Cuándo lees la Biblia? ¿Cuándo un necesitado se te acerca? ¿Cuándo alguien te pide una mano? ¿Te reconocés hijo/a de Dios?

Recibamos esta mañana un lavado de colirio en nuestros ojos.
Qué digo lavarlos, que el Espíritu “trasplante” nuestros ojos para ver con los ojos de Jesús.

El Señor dice en esta mañana: “Te unjo para que a partir de hoy todo lo que veas lo veas con mis ojos”

Recuperamos en esta mañana nuestra identidad como hijos de Dios. Amén.

Oremos:

Rev. Raúl Flores
Comunidad Cristiana Nueva Vida de Buenos Aires. Febrero 2011.

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