viernes, 5 de octubre de 2012

¿PODREMOS DECIR NOSOTROS TAMBIÉN UN “AQUÍ ESTOY”?


Gen 22:1-18

Propósito específico: Hoy vamos a hablar de caminar con Dios.

Mensaje:

La  vida cristiana es siempre un caminar  en la presencia de Dios. Presencia que no está exenta de luchas y pruebas. Tal el caso de Abraham. Figura del creyente fiel, modelo del peregrino incansable, del hombre que tiene un santo temor de Dios al punto de no negarle su propio hijo, en el que será bendecido con una gran descendencia…

Y hoy Abraham nos interpela sobre cómo estamos caminando en la presencia de Dios… 

Porque hay modos y modos de caminar en la presencia de Dios. Uno verdadero, el de Abraham, irreprochable, en libertad, sin miedos porque confiaba en el Señor quien era su fuerza y su seguridad. 

El otro, el que hacemos nosotros, en el que “nos decimos peregrinos” pero en el fondo ya hemos elegido el camino, el ritmo, los tiempos…; Entonces, ni somos discípulos, porque nos seguimos a nosotros mismos; ni somos hermanos, porque hacemos “la nuestra”. 
Eso sí, ya hemos aprendido el arte de hacerle creer a los demás, y a nosotros mismos, que es la voluntad de Dios ser como somos y estar donde estamos…
Por eso, siempre es bueno espejarse en la Palabra (peregrinar interiormente hacia el Señor) purificando el corazón y echando luz sobre “las tentaciones de nuestro caminar” como cristianos.

Y es que así es como debe ser nuestra vida… mirando siempre al Señor y en Él reflejarnos nosotros... Un Dios fiel, pero “desinstalador”, exigente, que nos pide la obediencia de la fe…  Dicho de otro modo: Un cristiano que se reconoce peregrino, que experimenta en su vida el paso celoso del  Dios de Pactos pero que  sabe, al mismo tiempo caminar en Su presencia amorosa abandonándose a El con plena confianza.

Y es que en realidad en nuestra vida, no puede faltar la experiencia del desierto, la de la purificación interior, la de la noche oscura, la de la obediencia de la fe, como la que vivió Abraham.  Pero ahí, también está la raíz del discipulado, del abandono, de la experiencia de pueblo, que nos permite reconocernos como hermanos. 

El mismo Israel había experimentado el desinstalarse… dejaron Egipto, para vivir la novedad que les traía el desierto y luego la tierra prometida. Y fíjense que no faltaron los nostalgiosos que no gozaron de aquel presente de libertad porque se quedaron añorando la esclavitud pasada.
Algo así nos puede pasar en nuestra vida espiritual. Si hay algo que paraliza la vida es renunciar a seguir  caminando para aferrase a lo ya adquirido, a lo seguro, a lo de siempre. Por eso, el Señor te desinstala.

Y lo hace sin anestesia… Como a Abraham que le pide que le entregue a su hijo, sus sueños, sus proyectos…Lo está podando sin explicación,   lo está iniciando en la escuela del desprendimiento, para que sea auténticamente libre, plenamente disponible a los proyectos de Dios, para hacerlo, así,  colaborador de la historia grande, la historia de salvación para él y sobre todo,  para el pueblo que le estaba siendo confiado. 

Interesante que las únicas palabras de Abraham a Dios que aparecen en el texto son “Aquí estoy” en dos oportunidades (Vs1 y Vs11)
Y en esas dos palabras, “aquí estoy”, está todo! Como el profeta, como el creyente, como el peregrino…. “el aquí estoy”, “el hágase en mi según tu palabra, el  amen…  son las únicas respuestas posibles. Sino están éstas, todo lo demás, es ruido, distrae, confunde… Si  no podemos pronunciar con nuestra vida el “aquí estoy”, mejor callemos, no hablemos, no sea que nos sumemos a tanto palabrerío hueco que anda dando vuelta por nuestras Iglesias. ¡Cómo nos cuesta decir “Aquí estoy”!

Y es que muchas veces a ese “Aquì estoy” lo condicionamos a un:
Aquí estoy si pero si coincide con lo que yo pienso…Aquí estoy si pero si me gusta la propuesta, los tiempos…Aquí estoy si pero si no me significa morir a mis planes y proyectos.

Por eso,  en este domingo, tiempo de conversión interior, esta Palabra nos invita a ponernos en “movimiento espiritual”.
Y esto no será posible si estamos instalados… abroquelados en nuestro pequeño mundo. 

Y es que cuando perdemos la capacidad de abrirnos a la novedad del  Espíritu no podemos responder a los signos de los tiempos… No podemos ser auténticos discípulos y menos hermanos de todos… Nos transformamos en “aggiornados fariseos” haciendo de nuestra Iglesia una comunidad estéril, triste y vieja llena de miedos paralizantes que nos llevan muchas veces a traicionar el mensaje y decir y hacer cualquier cosa, menos anunciar la Buena noticia. 
Y cuando no estamos abiertos a la novedad del Espíritu, que siempre tiene la frescura de la comunión,  corremos el peligro de ir conviviendo en nuestro corazón con un cierto desagrado ante cualquier  postura que no entienda o controle de mis hermanos. 

Dice el texto de Marcos 9:2-8: Pedro  estaba tan asustado que no sabía lo que decía Porque al Pedro miedoso, cerrado al Espíritu, le “nace la tentación” de quedarse instalado en el monte, renunciando al llamado de ser levadura en el llano. 
Una tentación sutil de la carne porque no lo tienta con algo grosero, más bien con algo “aparentemente piadoso”, pero que lo desvía de su misión, de aquello para lo cual fue elegido por Dios. 
La mirada se achica, la tentación del instalarse también se hace presente en la vida de Pedro… El estar  bien, seguro, cómodo, hasta espiritualmente contenido, puede ser también tentación del camino de nuestra vida.

Quedémonos aquí en nuestras carpas, en nuestros montes, en nuestras orillas, en nuestros Templos, en nuestras comunidades tan lindas y prolijas… pueden ser muchas veces, no signo de piedad y pertenencia,  sino cobardía, comodidad, falta de horizonte, rutina… que suele tener como principal causa que no hemos escuchado bien al Hijo amado de Dios,  no lo hemos contemplado ni  lo hemos entendido… 

Este Evangelio de la Transfiguración, nos invita a poner nuestra mirada en el Señor, sólo en Él, para poder también nosotros decir Aquí Estoy. 

Porque ese “ Aquí estoy” no es otra cosa que una Conversión personal en la que podemos caminar en la libertad de Espíritu… Conversión personal, para afrontar purificaciones, correcciones… que nos permitan crecer en fidelidad y encontrar caminos nuevos de evangelización… Conversión personal, para encarnar la santidad… Conversión personal, para no dejarse llevar por los profetas del “no va a andar”, para no dejarse enfermar por el corazón desilusionado que, a la par que se van endureciendo, va perdiendo el latido de la fiesta y de la vida,  para sólo abrazar las critica y los miedos….

Conclusión: 

Que en esta mañana podamos redescubrir al Cristo transfigurado, para que El, con su presencia de cercanía y ternura, cure, sane y nos ayude a superar todo temor y miedo, porque Él es el Dios –con nosotros.-el Emanuel, 
Y si Dios, está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros?”
Oremos.

Rev. Raúl Flores  CCNV Buenos Aires. Set. 2012

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